Los vemos subirse y bajarse de los buses todos los días y a toda hora: nos ofrecen dulces, galletas, tarjetas etc., con el fin de ganarse el sustento diario para sus familias. Pero, alguna vez hemos pensado, ¿ Cómo es la jornada de los comerciantes ambulantes en los buses? ¿Qué ganancia reciben de su negocio de dar cinco dulces por una cora? Y, ¿Quiénes son estos comerciantes que a menudo nos incomodan con sus discursos?
Eran apenas las cinco y treinta cuando él se bajó del autobús de la 42 que lo dejó en la parada de “la plaza”. Cruzó la calle y se sentó en una banqueta a esperar a que el primer bus de la 101-D apareciera en medio de la soledad y calma de la calle Chiltiupán. Vestía una camisa cuadriculada, pantalón de vestir café y zapatos negros. Con él, llevaba en sus manos una pequeña caja de cartón de muchos colores llena de bombones de todos los sabores y un agarradero que sostenía cinco grandes bolsas transparentes. A través de ellas se observaba toda clase de dulces: de miel, de frutas, chicles de menta, chicles de sabor, etc. Era un nuevo día de labor para José Henríquez, vendedor ambulante en la ruta 101-D.
- ¿ Desde cuándo empezó a trabajar vendiendo dulces?
- Mire, ya llevo como tres años vendiendo en esta ruta . Trabajaba en una fábrica de calzado, pero hicieron “corte” y me despidieron.
- ¿Y no ha pensando en dejar este trabajo e intentar en otra cosa ?
- Sí , pero el problema es que no se consigue trabajo . Así que ni modo, tengo que dedicarme a andar para arriba y para abajo.
Luego, José Henríquez me contó que vive en San Martin y que todos los días se levanta a las 3.45am para tomar el primer bus que de San Martín lo conduce al centro de San Salvador . De ahí, toma la ruta 42 que lo trae a la parada de “la plaza” para esperar la ruta que se vuelve su medio de trabajo. Su familia se compone de su mamá, su señora y dos hijos .
- Sabe , la ventaja que se tiene vendiendo así es que a las 2 de la tarde ya me voy a la casa. Uno elige la hora de “salida” ,me dice con una gran sonrisa en su rostro. Aunque es poco lo que se vende, unos cinco dólares , pero ya le sirve a uno para ayudar en la casa.
A medida que avanzan los minutos, la circulación de vehículos particulares empieza a ser cada vez más frecuente. Eran las 5.48 am cuando se vio el gran bus que en la parte superior decía “ 101-D Especial” . José se levantó , sujetó con fuerza el agarrador de bolsas de dulces con una mano, mientras con la otra agarró la pequeña caja de bombones. Cuando el bus se detuvo en la parada, pidió permiso al motorista si podía vender , el hombre accedió. Antes de subir la primera grada, me miró y me dijo : “ Nos vemos”. El bus arrancó y se alejó de la parada. Lo que no sabía don José es que yo, al igual que él, me subiría a la misma ruta y trabajaría por unas cuántas horas como vendedora ambulante.
En la tarde de ese mismo día martes, me subí a un bus de la 101-D en la parada del “ Hiper Mall”. En la siguiente parada, se subió un hombre moreno, de ojos cafés y de 1.70 de alto , usaba una gorra azul, camisa negra, pantalón kaki y zapatos tenis. Llevaba, al igual que Don Jose, un agarradero con cinco bolsas y decía en voz alta : “ Vaya los dulces, a cuatro por la cora… dulces de fresa, chicles trident a dos por la cora…” . Mientras hablaba y caminaba por todo el bus , movía sus bolsas para enseñar su mercancía a los pasajeros que solo le miraban indiferentes . El bus ya viajaba por la avenida Jerusalén. Nadie le compró nada. Se bajó en la intersección de la avenida Jerusalén y Calle La Mascota. Su nombre: Oscar Avilés, de 23 años de edad. Empezó a vender desde que tenía 8 años.
- Hoy no ha sido buen día – me dijo decepcionado –, casi no se vende en estos días.
Óscar vive en la colonia Nueva Israel, en San Salvador. Tiene una esposa y una hija a quienes mantener. A veces su esposa le ayuda con los gastos del hogar lavando ropa ajena ; sin embargo, estos días no han sido buenos para su familia. Un nuevo bus de la 101-D se detuvo en la parada en donde nos encontrábamos : sin pensarlo dos veces , Óscar se subió a él con la esperanza de que mejorara un poco sus ingresos en lo que quedaba del día. Mientras él subía, otro de sus “compañeros” de labores bajaba con tranquilidad : Portaba en su mano izquierda , una serie de tarjetitas de personajes de Disney. Se cruzó la calle a esperar la ruta de la 101-D que conduce a Santa Tecla.
- Llevo vendiendo aquí en la 101-D dos años. Hace 3 meses empecé a vender tarjetas.
- ¿Y cuánto gana haciendo eso ?
- A veces unos mis 15 dólares diarios. Bueno, es que yo tiro a lo que la gente me dé. La mayoría me da una cora por estas tarjetas.
- Y, ¿No has pensado dejar este trabajo por otro?
- Sí, pero no puedo conseguir trabajo – mueve su mano izquierda y me muestra lo que sale de la manga larga de su camisa celeste que porta: un tatuaje de llamas en color amarillo y naranja.
- ¿ Perteneciste a una pandilla?
- Sí, pero ya no. Hace cuatro años que me salí. Son errores que uno comete- sonríe levemente.
- ¿ No recibes represalias de la pandilla a la que perteneciste?
- No. Solo de la contraria , pero por mucho que les digas que ya te calmaste y que querés trabajar y dejar de un lado eso, siempre te siguen jodiendo.
- ¿Y la policía?
- A veces me han detenido. Pero igual , yo trabajo para llevar el pan a mi casa y reinsertarme en la sociedad.
“Gustavo” ,quien pidió no revelar su nombre real, tiene 25 años y vive con su abuela materna. Después de haber dejado la 18, decidió trabajar como vendedor ambulante en la 101-D.
- En un principio, desconfían de vos. Porque antes se subían con la paja que a vender iban y solo se subían a robar. Pero después te van teniendo confianza, ya te pueden los motoristas y los controles. Les demostrás que tratás de rebuscarte…
Lejos de aquella parada de buses , en el Departamento de Economía de la Universidad Centroamericana “ José Simeón Cañas”, Zaira Johana Barrera, economista y docente, me explicaba sobre la importancia del comercio informal o ambulante : “ Es una fuente importantísima de empleo para muchas personas. Ocupación , mejor dicho, para muchas personas. Y se caracteriza por que les genera una fuente de ingreso que no es constante, un día tiene ; otro, no , y no tienen seguridad social”. Según agregaba la licenciada Barrera , las personas buscan comprar y adquirir los productos que venden los comerciantes ambulantes , pues ellos ofrecen las mercancías a bajo precio a comparación de supermercados y otros establecimientos. Es decir, el que dé más barato, pero siempre sacándole un poco de ganancia, consigue más utilidades frente a su competencia.
Esto último lo recordaría a la mañana siguiente, cuando me aventuré a ser vendedora ambulante en los buses. Para mi prueba, decidí comprar dos bolsas de dulces de menta de los más baratos . Las bolsas me costaron $1.50 cada una en la tienda de mi casa y contenían 40 dulces. Si hacía bien las cuentas, cada dulce saldría a $0.03 y tendría que dar aproximadamente ocho dulces por una cora; sin embargo, decidí darlos a seis por la cora.
Salí de mi casa con un pants y zapatos azules , una camisa vieja , mi morral color gris y las bolsas de dulces . Más o menos eran las dos de la tarde cuando le hice la señal al primer bus de la 101-D que apareció en la parada del “chalet” ubicada en la misma calle Chiltiupán cerca de la Despensa de Don Juan. Cuando el autobús se detuvo, me acerqué a la puerta y le pregunté al conductor con voz fuerte para que me escuchara:
- ¿ Me puedo subir al bus a vender?
El conductor, un hombre de cabello cano que por su aspecto le calculé unos 40 años, me miró por breve momento , sonrió y me respondió:
- Sí, súbase.
Apenas subí las gradas del bus, me enfrenté a mi primer reto: la ruleta gris que parece estar elabora de aluminio o acero inoxidable que gira cada vez que un pasajero aborda la unidad y que ayuda a la cooperativa de la 101-D a un mejor control sobre el dinero que lleva el motorista en el bus. Si tenia que vender , tenia que pasar por esa ruleta sin que se moviera . De lo contrario, me tocaría pagarle al conductor. La tarde anterior, “Gustavo” me había contado su experiencia con la ruleta: “ Las primeras veces la movía y tenía que pagarle al conductor. Ya después adquirís experiencia”. Afortunadamente, a la par de la ruleta había un tubo en vertical que sostenía el pasamanos del techo del bus, me apoyé en el para subirme por los tubos de refuerzo que tiene la ruleta alrededor y que sirven para que las personas no escapen de ella. Salté. Había superado el primer reto, pero a continuación se venía el segundo: el discurso.
Le pregunté a “Gustavo” sobre su discurso para los clientes y me respondió: “Yo aprendí de escuchar y ver de un chero. Al principio, me subía con él, yo solo repartía tarjetas y paraba la oreja para ver cómo hablaba. Después, él me ponía a hablar. La primera vez me trabé, la segunda también , la tercera ya hablaba mejor. Cuando al fin aprendí bien, me separé de él y me puse a vender. Sentís miedo y pena , pero la necesidad hace que te podás desenvolver…”
Miré quienes serían mi público: la mayoría de los asientos iban llenos por personas de todas las edades : hombres, mujeres, niños, ancianos. Algunos me miraban fijamente, como curiosos al verme , otros platicaban o miraban a la ventana para distraerse. Traté de controlar los nervios y ser lo más convincente posible tratando de parecerme a los vendedores “expertos” que había visto varias veces durante mis viajes de fin de semana. “ Buenas tardes, disculpen , no quiero ser molestia. Solamente quería ofrecerles estos dulces de menta a seis por la cora. Debido a la crisis, no tengo trabajo y antes de robar o pedir, prefiero trabajar honradamente vendiendo dulces a seis por la cora. Pasaré por cada uno de sus asientos. Gracias y que Dios lo bendiga”. Me había trabado un poco en lo último de mi discurso debido a mis nervios y empecé a caminar con la bolsa de dulces en la mano, ofreciéndolos de un lado a otro y apoyándome en los respaldares de los asientos. Hasta que alguien me dijo: “dulces”. Mi primera compradora fue una mujer de unos 30 años .Agarré los seis dulces y se los di, mi mano me temblaba. Recibí la moneda de $0.25 y me sonrió. Le di las gracias y me fui al fondo del bus , donde otro hombre me compró otros $0.25 de dulces. Me bajé en la parada de Hiper Mall. Había superado los dos retos más grandes: la ruleta y el discurso. Esperé un bus que estuviera vacío y volví a realizar la misma treta. Esta vez, dos señores me compraron otros $0.25 de dulces .
Me bajé en la misma intersección donde me había encontrado con Óscar y “Gustavo”. En la parada de enfrente, se encontraba un señor que también vendía dulces y galletas , don Sergio Castro, de 60 años de edad lleva 11 años trabajando en el comercio ambulante en los buses. “ No encontré otra forma de empleo, aunque pienso dejar esto este año, el doctor me ha dicho que no es bueno para mi salud andar para arriba y para abajo por mi columna”.
Según me contó , un problema que tienen los vendedores ambulantes como él, es que hay mucha competencia. “ Hay mucho vendedor ambulante. Claro, estoy de acuerdo que todos tenemos necesidad , pero ya no se vende igual. A veces ganar $10 es decir demasiado , casi una nada se está ganando ”. Esta consecuencia me lo platicaba la licenciada Barrera cuando le preguntaba qué efectos tendría el comercio ambulante como alternativa de ocupación ante la crisis económica y los despidos: “ Habrá problema de espacio: ves que la gente se pelea con cualquier institución porque les den un espacio a donde vender, habrá más personas en los buses que te ofrecerán los productos… se sobresaturará”.
Dejé que don Sergio se subiera a la ruta que lo conduciría a Multiplaza, mientras yo me subiría al bus que me conduciría rumbo a Metrocentro. Al final de mi jornada, que fue hasta las 7 de la noche, me subí a diez buses y gané tres dólares con 25 centavos: una nada de ganancia. Cabe destacar que en la mitad de esos buses no conseguí a ningún comprador. Ya por último, decidí bajarme ahí en la intersección de La Mascota y la Avenida Jerusalén donde me encontré con dos de mis cuatro entrevistados que se disponían irse a su casa.
- Hey, mírenlo, ve! Anda “matando cucas” – se reía don Sergio al ver los zapatos nuevos que se había comprado Gustavo: unos zapatos tenis blancos.
- ¡Ah! Y ya me “vigié” otros zapatos. El domingo me los voy a comprar – le contestaba Gustavo, un tanto alegre.
- ¿ Cómo les fue en la jornada?- pregunté, mientras me sentaba en la banqueta de la parada de buses.
- ¡Ah! Mal! Solo hice tres dólares en el día- respondió don Sergio – ,veremos si mañana vendemos más. Nosotros ya nos vamos y usted, ¿qué hace a esta hora?
- ¡Ah! He quedado de verme con alguien aquí.
- ¿Con su novio, verdad? – me preguntó don Sergio .
- Sí – le contesté con una sonrisa.
- Mire, quién la viera , ¿ verdad? – sonrió pícaramente y agarró sus cosas - Bueno, niña , la dejamos ,cuídese.
Otra 101-D se estacionó enfrente de la parada, los dos hombres se subieron a ella ,ahora no como vendedores, sino como pasajeros que ya terminaron la labor de ese día y que se dirigen a sus casas a descansar y compartir con sus familias durante la noche, con la esperanza de que mañana será mejor . Cuando el bus se fue, yo partí a mi casa. Era obvio que no esperaba a nadie, solo quería observar cómo ellos se esfuman como fantasmas de esos lugares donde los vemos a diario, indiferentes a su estilo de vida, en donde a través de dulces y tarjetas, los vendedores buscan el pan de cada día.
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